Reflexiones sobre la conciliación

    Un día como hoy hace un año comencé a trabajar en mi actual trabajo. Recuerdo sentirme ansiosa y un poco nerviosa por volver a trabajar en una oficina, con un horario, en un lugar lejos de mi peque aún con aroma a bebecito.

Una de las tantas veces que Gael me ha acompañado a la oficina. Foto de @jhondasilva.

    Durante el primer año después de haberme convertido en mamá fue difícil lidiar con mis propios miedos y prejuicios por sentirme "fuera del campo laboral" (aunque igual trabajara desde casa). "¿Y si no logro incorporarme nunca más a un trabajo?", pensaba. "La casa embrutece", me aconsejaba alguien desde la vasta sabiduría de la experiencia personal. Una vez leí por ahí que la maternidad es un trabajo solitario y poco reconocido.


"La maternidad es un trabajo solitario y poco reconocido."

    Lo que más me pesaba era pensar que el mundo cambiaba a mi alrededor mientras yo parecía flotar en una alta nubecita, que hoy siento inalcanzable. Me sentía aislada, confinada a las cuatro pareces de mi casa y a la placita de juegos más cercana. No me mal interpreten, amaba pasar tiempo con mi hijo. Amaba tomar siestas infinitas, inventar platillos de dos o tres ingredientes, hacer juguetes caseros, escuchar música en la sala mientras Gael (mucho más ligero que ahora) dormía hora y media en mis brazos. Amaba poder pausadamente observar cómo sus movimientos se perfeccionaban con la práctica  y cómo la sabiduría infinita con la que nació iba abandonando sus ojitos para dar paso al brillo de la curiosidad humana. Ahora me doy cuenta de que ese primer año fue un regalo, y uno de los más felices de mi vida.

    Este año he aprendido que puedo ser más dura de lo que creo (aunque todavía no lo sea); entendí es una tarea titánica organizar y mantener un ambiente preparado en los intérvalos restantes del sueño y las jornadas laborales; conocí cómo el estress y el cansancio cuando se mezclan pueden convertir a cualquier abnegado a la crianza respetuosa en la Señorita Tronchatoro.

 

    Aprendí también lo difícil de apegarse a horarios y espacios de trabajo y a la vez mantener firme la decisión de no escolarizar al peque hasta por lo menos los tres años. Sobre todo, comprendí que la conciliación no depende de lo increíble que pueda ser desempeñándome como profesional y mamá a la vez, sino de balancear constantemente la culpa de sentir que hago ambas cosas a medias.

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